Hace 3.260 millones de años, un gigantesco meteorito, mucho mayor que el que extinguió a los dinosaurios, impactó la Tierra. A pesar de su magnitud, este evento no eliminó la vida emergente, compuesta por seres unicelulares, sino que la fortaleció. Un nuevo estudio, publicado en la revista PNAS, rastrea las consecuencias de este impacto a través de rocas en el cinturón verde de Barberton, Sudáfrica, uno de los pocos lugares donde se conservan restos de la corteza terrestre primitiva.
Los primeros indicios del impacto del meteorito S2 se encontraron en esférulas del tamaño de granos de arena, formadas cuando el calor extremo del choque vaporizó roca terrestre y meteórica, creando una nube de partículas que se dispersó por todo el planeta. El impacto del meteorito S2 actuó como una “bomba fertilizante” para la vida en la Tierra. El estudio dirigido por Nadja Drabon abre nuevas líneas de investigación sobre cómo reaccionaron los microorganismos ante estos eventos y cómo aprovecharon los cambios ambientales generados por impactos de alta magnitud.